Al cumplir sus 10 añitos le compraron su primera bicicleta para que pudiera ir a una escuela situada en el pueblo vecino. Aquel artilugio de dos ruedas no era un juego, servía para poder trasladarse diariamente en busca del maestro que explicaba sin necesidad de palabras. Que mostraba con su actitud las cosas que valía la pena aprender.
Su entrada supuso descubrir nuevas amistades y un mayor grado de libertad. De repente el radio de 25 metros de longitud en el que podía jugar había crecido hasta alcanzar los dos kilómetros y medio que era la distancia que separaba ambos pueblos.
Observó con el paso del tiempo que cada 10 años se introducía en un nuevo mundo y también ensanchaba los límites de su jaula mental. Su universo interior fijó esa cifra como patrón de crecimiento
No hay comentarios.:
Publicar un comentario